sábado, 4 de octubre de 2014

El Poder de las palabras

Es asombroso como pequeños detalles o rituales cotidianos pueden marcar tanto la diferencia. Gestos, frases, expresiones, sonidos que emanan de nuestra garganta y nuestros labios recitan, sean tan dulces como un beso, fuertes y duras como un puñetazo, o tan frías cual nieve y afiladas como un cuchillo.

Al fin y al cabo, ¿cuántas personas no han usado la lengua no solo para expresarse, sino para manipular? ¿Cuántas veces no se han usado para engañar y mentir? Innumerables conflictos causados por meras palabras, y más importante, las vidas que pagaron el precio.

Pero no son éstas en si las que causan el bien o el mal. No, son los significados. Los significados y sentidos que atribuimos a ellas. Mi profesor nos puso el mejor ejemplo como los insultos, que en si no son más que oraciones o palabras sueltas que, en sí, no tendrían que significar nada. Pero somos nosotros, la sociedad, nuestra cultura la que lo considera algo ofensivo.

Miles de ejemplos más que podrían ser, como por ejemplo en la Alemania nacista, considerarte judío, o en la época no tan lejana en la que se  llamaba a algunos “boys”, “kaffir”, o como lo traduciríamos a nuestro idioma, negro. ¿Y por qué estos términos resultaban tan ofensivos? ¿Por qué iba a ofenderle a una persona por describirla por las características que los diferencian y por cómo ha llegado al mundo? Pues porque otra gente usaba esa palabra, negro, como sinónimo de esclavo, para despreciar a los de diferente color de piel y así considerarse superiores por tan solo ser los “pálidos ricos”.

Con esto se demuestra que el lenguaje es una herramienta, y no porque en si sea malo, al contrario, puede ser usado para muchas cosas hermosas tales como la literatura y para entendernos.

No, el peligro no está en las palabras, sino en las personas que la utilizan. Pues somos nosotros los que convertimos el poder de la palabra en un arma con la que herir.


Somos los artífices de nuestra propia maldición.

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